miércoles, 20 de octubre de 2010

SUR


He escuchado muchas veces a Raffaella Carra entonar -con mucha convicción-, qué “para hacer bien el amor hay que venir al Sur”. De hecho, el pegajoso estribillo hace aflorar en mí la vedete que todos llevamos dentro: un paso aquí y otro allá, brazos arriba, movimiento de caderas y sacudidas frenéticas de cabello. No pienso corroborar ni negar las afirmaciones de La Diva italiana, pero puedo contarles mi recorrido por el sur –redundantemente- de América del Sur.  
Mi adorada esposa y yo emprendimos esta aventura gracias a mi suegra, quién generosamente nos regaló dos pasajes -en bus- a Santiago. La ilusión de viajar juntas por primera vez hizo que sobrelleváramos con humor el largo y desértico camino de 25 horas. De pronto, estábamos ya en el Terminal y fuimos presurosas a buscar nuestro equipaje: dos bolsos  militares (de 36 kilos cada uno) amarrados con sogas, una mini cocina y una caja llena de víveres que habíamos tomado “prestados”… con  pasajes regalados era de suponer que viajábamos sin un peso en el bolsillo.
Abordamos -para llegar al departamento- un taxi con taxímetro. Me daba soponcio pensar que los segundos pasaban y eso se traduciría en dinero. ¡Cajas registradoras sonaban en mi cabeza! Pero valió la pena, pues el lugar era acogedor y éramos felices imaginando una vida juntas. Hicimos uso de parte de nuestros víveres. Por suerte encontramos en la refri un pollo y salchichas. Lamentablemente el pollo había dejado de ser “apto para el consumo humano” y  se fue a la basura. Las salchichas nos acompañaron hacia nuestro siguiente destino. Cuenta el conserje que días después de nuestra partida, los vecinos llamaron a los bomberos: un hedor invadió el edificio y provenía del  departamento que ocupamos. La vecindad especuló que las viajeras desgreñadas habían muerto y nuestros cuerpos se descomponían dentro. Incluso estaban por llamar a TV Chile para difundir la desgracia cuando los bomberos se asomaron con el cuerpo…de un pollo podrido.
Llegamos por fin a las cabañas de Villa Rica y nosotros más pobres que nunca. Pero no nos importaba pues éramos más felices que nunca. Como la familia Robinson, comenzamos a arreglar nuestra cabaña. No tenía cortinas, pero colocamos pareos. No había camas, pero teníamos sleepings. No había WC, pero…un momento, esto sí era un problema. Calma, si había WC pero no estaba instalado, así que ideé un sistema infalible: vestir la taza del trono blanco con una bolsa. El único inconveniente era de dónde sacábamos bolsas tan grandes. No importa, dije, usaremos bolsas de supermercado. Es difícil resumir el desastre que ocasionamos, lo grafico diciendo que no siempre se tiene tanta puntería y que las consecuencias fueron una porquería, literalmente.
A pesar  que teníamos que tirar dedo para movilizarnos,  alimentarnos de la caridad de las personas y no haber tenido  ni un puto peso en el bolsillo, creo que para ambas fue uno de los mejores viajes de nuestras vidas. El dinero no vale nada cuando uno encuentra la felicidad en otras cosas. Y sí, fuimos tan felices en ese viaje, que luego de eso mi adorada esposa y yo decidimos vivir juntas. Hay muchas cosas que el dinero no puede comprar.
 Los dejo, tengo que ir a pagar mi MasterCard.