Alguna vez, hace mucho tiempo, Lima era una ciudad de clima definido. La llegada de Diciembre se sellaba con los primeros días de calor del año. Era momento de cambiar de vestimentas, despojarse de la azulina chompa escolar y dar paso a prendas más ligeras. Para mí, ver los primeros rayitos de sol sólo significaba estrés, puro purito estrés.
Significaba, que el año escolar llegaba a su fin y tenía que agenciarme de mis mejores estrategias para no reprobar los cursos. En mi cabeza se desarrollaba un intenso proceso creativo de justificaciones para mi bajo rendimiento en el colegio, las cuales tenía que explicar a mis padres y maestros. De por sí, el colegio era una tortura, y además esto. ¡No hay derecho! Señores, una adolecente no merece tanto estrés.
Me pregunto si realmente el fin de cada calendario romano, marca también el cierre de algo en nuestras vidas. Si alguna energía se rompe para dar paso a alguna otra. No creo tener una respuesta acertada, pero sí se que hay millones de cábalas para atraer mejorías en este nuevo comienzo. Como diría nuestra internacional Tigresa del Oriente -reina del youtube- para este “Nuevo Amanecer”.
Solíamos recibir el Año Nuevo con mi abuela. Éramos felices allí, llevábamos nuestro muñeco tamaño real para quemar, reventábamos cuetes y comíamos pollo a la brasa que mi abuelo compraba. En esa cuadra toda la vecindad tenía sus cábalas. Una vecina esperaba la media noche con una maleta en cada mano y llegado el momento daba una vuelta a la manzana. Según sus creencias, eso le traería en el año muchos viajes y fortuna. Preservó su tradición año tras año. Sin embargo, las cosas en Lima se pusieron muy picantes y la delincuencia aumentó. Ya en los años noventas, un ratero sin espíritu viajero la esperó en el tramo más oscuro de la manzana y le robó las dos maletas.
Una tradición que tampoco tuvo continuidad fue la de tener monedas en ambas manos y arrojarlas a las doce. Con la crisis que vivía el país en esa época, nadie quería despilfarrar el dinero así. Y si alguien lo hubiera hecho, seguramente otro estaría presto a recogerlas. Lo de comer lentejas y uvas es algo que he hecho aquí y en otros países. Puedo aseverar que las lentejas siempre son más ricas aquí, con más sabor y color. Lo de las uvas es algo muy estresante, en España nos hicieron comer una uva por campanada y yo no entendía que lapso de tiempo había entre campana y campana. Por último, no me gustan las uvas y la verdad no creo que nada de esto funcione. Combinando estos dos alimentos lo único que puede lograse es amanecer el 1ero de Enero con una diarrea del carajo.

Los dejo, voy a comprar un calzón amarillo, XXL. Señores, Feliz Año. Bendiciones.