miércoles, 3 de agosto de 2011

To Sir with Love

Creí que tenia la disciplina de escribir cada semana. No se puede pedir peras al olmo, yo no soy una mujer disciplinada, y para ser honesta, tampoco quiero serlo. La verdad es que han sido meses muy difíciles para mí, y nada me motivaba a sacar un nuevo post. Pero, hoy tengo mucho que decir, que contar. ¿Quieren saber un secreto?*
Las coincidencias no existen, siempre lo digo y por algún motivo en mi destino estaba marcado que algún día conocería al Sir. Días antes de su llegada me llevaron al gran estadio donde se desarrollaría todo. El lugar donde durante cinco días cientos de personas sudaríamos la gota gorda preparando todo para el momento -por muchos- soñado.  Traté de aflojar mi oxidado inglés leyendo con detenimiento los requerimientos del centenar de trotamundos que trabajan junto al Sir. Ellos viajan durante meses por todo el mundo y  a donde llegan buscan instalarse con comodidad.  Aparte, traían consigo toneladas de equipaje que los acompañarían durante toda la travesía. Disfrutaba viendo las etiquetas de embalaje que decían que era propiedad de uno de mis cuatro ídolos.  Cerraba los ojos  y me preguntaba que podría haber dentro de ellas. Imaginaba*…
 
 A pesar de los recortes de presupuesto, yo me encontraba en la parte del equipo que realmente quería hacerlos sentir como en casa. Solicitar que se consiga un poco de aquello, correr a un lado para  a obtener esto. Correr todo el tiempo por algo. Subir y bajar millones de vertiginosas escaleras. Trataba de que mi alma convenciera a mi físico que eso era lo que queríamos, lo que siempre habíamos soñado. Repetía para mí misma: “cuerpo  trabajemos en conjunto, no me defraudes ahora”. Por favor, Por favor*.
El tiempo siempre era insuficiente para poder dar fin a la larga lista de tareas. Mientras tanto, foráneos y lugareños,  íbamos estrechando el vínculo. El síndrome de convivencia se dejaba notar, de saludos básicos y relaciones netamente laborales, pasábamos a las sonrisas cordiales, luego a las bromas, contar nuestros procederes y terminar compartiendo historias de vida. Tuve la suerte de conocer gente memorable: Una traductora que amaba al Sir incluso más que yo, un guardaespaldas que me cuidó siempre paternalmente y hasta un buen político de un país tropical que nos hace el honor de vivir aquí ahora. Trabajando todos por una misma causa, en  conjunto nos íbamos desgastando  con el trascurso de los días. Lo único que nos mantenía en pie era la adrenalina y amor al arte. Todo lo que uno necesita es amor*.
Preparamos el cuarto del Sir, lo equipamos y ayudamos a concretar los últimos toques decorativos. Incluso le pedí a mi madre me preste su equipo de música para que todo quede perfecto. Así fue, y me dicen que él lo utilizó horas antes del gran momento. Mientras, el Sir escuchaba música y terminaba de alistarse,  todos los del grupo seguíamos afinando los detalles. El estadio se iba llenando de miles y miles de personas. Mi familia no fue ajena a este evento, y yo -desde mi privilegiada posición- los saludaba batiendo las manos, aunque no podía distinguirlos entre la multitud de las tribunas. Les decía me hagan una señal y divisé a mi hermana. La vi ahí parada*.
Hice una pausa a mi trabajo cuando el Sir salió a escena entre  gritos y euforia colectiva. En medio de lagrimas de emoción, de sentimientos encontrados de personas que habíamos esperado toda la vida para verlo. Éramos un grupo de amantes de su música, que esa noche llegaríamos al éxtasis más orgásmico y sublime que alguna vez nos ha podido generar la música. Trabajé mucho y mi recompensa fue estar en la 1era fila durante el show. Lo vi cerca, haciendo el mejor performance que jamás había visto y veré. Escuché, mientras trabajaba, las dos pruebas de sonido previas. Pero nada se comparaba al momento en que casi cincuenta mil personas gozamos juntos al Sir. Gente que me doblaba la edad, adolecentes a los cuales yo les doblaba la edad y niños pequeños que podrían ser mis hijos. No  había barrera generacional.  Algunos  extasiados por la marihuana, todos extasiados por la música, por el derroche de amor  que se dejó en ese escenario.    Todos nos dejamos ser*.
Bailamos, gritamos y lloramos cuando recordó a sus dos amigos fallecidos. Yo lloré, lloré mucho, no me avergüenza decirlo. Mi sueño hubiera sido ver a los cuatro grandes juntos, pero sabemos que no es posible. Esto fue lo más cerca que estuve y fui tremendamente feliz por tres horas. Me sentí en el cielo con los diamantes*.
Terminada la  música y la sicodelia, caí en la cuenta de que yo trabajaba allí y que podía ver la retirada del Sir, y eso hice, corrimos al mismo paso y nos encontramos para despedirnos diciendo adiós con las manos. Entré rauda a su cuarto a coleccionar lo que fuera posible. Aproveché de ayudar un poco y  a los que colaboramos  allí nos tocó despedirnos, felicitarnos, abrazarnos y expresar lo bonito que había sido trabajar juntos. Todos juntos*.
Ojala el Sir se lleve un buen recuerdo de este país. Espero que  el inicio de su mágico y misterioso tour* haya sido placentero. Recuerda siempre que se llevó a cabo con una pequeña ayuda de tus amigos*, con mucho amor.
Muchos de ustedes saben que pude estar allí gracias a la comprensión de mi adorada esposa. A la ayuda de mi madre y hermana.  A la paciencia de mi hija. Gracias a todas ellas  que permitieron que hiciera una pausa en mi vida para cumplir este sueño. Pero claro, muchos de ustedes saben que se lo debo a una persona en particular. Los que me conocen saben lo mucho que quiero a ese chico*.
Mi sueño dorado* se ha cumplido señores, como dice mi amiga la catalana, ya puedo tacharlo de mi lista.
Los dejo, voy a descansar, estoy muy cansada*.  
**Intento de cita:
 
  • Do You Want to Know a Secret (Lennon/McCartney)
  • Imagine (Lennon)
  • Please, Please Me (Lennon)
  • All you need is love (Lennon/McCartney)
  • I Saw Her Standing There (Lennon/McCartney)
  • Let it be (Lennon/McCartney)
  • Lucy in the Sky with Diamonds (Lennon/McCartney)
  • All Together Now (Lennon/McCartney)
  • Magical Mystery Tour (Lennon/McCartney)
  • With a Little Help from My Friends (Lennon/McCartney)
  • This boy (Lennon/McCartney)
  • Golden Slumbers (Lennon/McCartney)
  • I'm So Tired (Lennon/McCartney)



jueves, 3 de marzo de 2011

París

Cada cinco años son las elecciones presidenciales en mi país. Esta época, llena de campañas electorales y pugnas de poder, me desagrada y agrada a la vez. Me atrapa la incertidumbre del próximo lunático que nos gobernará, pero no puedo evitar apasionarme  con la política. Fuera de eso, siempre llego a la misma conclusión,  la política es como París: linda por fuera y… bueno, antes de terminar la frase, permítanme contarles mi historia.
Saber que llegaríamos a París, luego de una semana de cruzar el charco, era una ilusión que nos embriagaba. Para toda gran experiencia hay que prepararse, así que no vacilamos en desempolvar el viejo manual de mi padre: “Francés para viajeros” y memorizar algunas frasecitas que repetíamos sin cesar en el tren que nos llevaba desde Burdeos hacia “La Ciudad Luz”: Bonjour, Au revoir, Excusez-moi, ¡estábamos listas! Arribamos finalmente a la Gare du Nord (Estación del Norte) y allí nos esperaba una de las personas que nos hospedaría. Era una chica africana, Testigo de Jehová, con quien mi tía nos contactó, pues compartían  la misma religión.  La chica, era cordial y nos recibió con alegría. Nosotros, le respondimos con igual  buena onda y por obvias diferencias de credo, decidimos no ahondar en nuestro particular estilo de vida.
Siempre imaginamos que nuestro temporal hogar parisino seria de ensueño. Con olor a crêpes y una linda vista del río Sena. Nuestro sueño se desbarataba cuando nos alejábamos cada vez más de la estación. No importaba, nosotros somos gente sencilla, en cualquier lugar nos acomodamos. Camino al hogar, sentimos que un hedor envolvía nuestros olfatos. Inmediatamente  pensamos que tantas horas de viaje, habían provocado una reacción axilar en nuestros cuerpos latinos.   Negativo, aún olíamos a Lady Speed Stick, al parecer era nuestra anfitriona. Al llegar, grupos de chicos en sus autos y estridente hip-hop nos daban la bienvenida. Pensé que todo era una broma, que tal vez estaban filmando una película de pandillas y que por eso habían recreado este escenario delincuencial. Caí en la cuenta de que todo era verdad. Con respecto al hogar, es  imposible plasmar en palabras los fétidos olores que convergían en ese lugar. Para sorpresa nuestra, el baño era muy limpio. Una pulcritud alterna y ajena a ese hogar. Al parecer las hermanas nunca usaban la ducha, pues cuando la abrimos el agua salió marrón. Ellas estaban tremendamente sorprendidas de nuestra costumbre diaria de aseo y nos preguntaban “¿hoy también le tocó bañarse?”
Las hermanas eran amables y hasta cierto punto alegres. Nosotros, en un intercambio cultural, le hicimos escuchar música peruana. Al sonar una canción afro peruana, una de las morenas, que era grande en todo sentido, se paró de un salto y se puso a bailar. La mayor de las hermanas, Kinki (diminutivo de King Kong) como cariñosamente la apodamos, batía brazos y piernas soltando proyectiles letales  de hedor. El bailoteo se detuvo cuando oímos una balacera  seguida de sirenas policiales. Al día siguiente, manchas de sangre en el ascensor nos confirmaban que estábamos en el mismo infierno.    
Olvidado el mal rato, y dispuestas a gozar de Paris, eso hicimos. Conocimos lugares maravillosos, los que salen en las películas, los que son románticos. En donde se respira amor y arte. Los franceses fueron tremendamente amables con nosotros. Desde la gente que nos prestaba el baño cuando mi adorada esposa les decía “tulit” en lugar de toilet. Nuestras adorables primas a las cuales ubicamos el último día. Y, como olvidar al misionero que evitó que perdiéramos el tren que nos llevaría al siguiente destino.
En París aprendimos que toda ciudad tiene un lado hermoso y un lado horrible. Que nunca hay que mostrar rezagos de catolicismo frente a los hermanos de Jehová. Y, que siempre hay que brindar mirando a los ojos, si no puedes tener siete años del mal sexo, nadie quiere eso.  
Los dejo, voy a comer un rico crêpe suzette.

martes, 8 de febrero de 2011

Año nuevo chino

El  03 de febrero, luego de haber tenido un día lleno de tenciones, as usual,  fui en compañía de mi adorada esposa al supermercado. De pronto, oímos un barullo, un festín de percusiones y campanillas acompañando al  famoso dragón chino.  Se celebraba el comienzo del Año del Conejo, para los chinos.
Eran seis hombrecillos que sudaban la gota gorda contoneándose en las entrañas del mitológico animal. Por otro rincón, un caballero nos invitaba, desinteresadamente,  a llevarnos un puñadito de arroz, trigo y lentejas. Sugirió ponerlo en la cartera para atraer la abundancia, y como en estos momentos sería ideal efectivizar ese augurio, llenamos nuestras manos de la millonaria combinación.
A pesar que guardo una gran afinidad con la cultura China, no tengo gratos recuerdos del Año Nuevo Chino. Mi resentimiento con esta celebración se inició hace unos años atrás. Nosotras vivíamos frente a un restaurante de comida china. Entonces, una noche, mientras dormíamos, escuchamos un conjunto de explosiones y demás detonaciones bélicas. Yo, me paré de un saltó de la cama, grité, exclamé al cielo y lloraba sin control mientras buscaba algún teléfono para llamar a la policía. Los segundos se hacían eternos y entre los ladridos de las perras trataba de elaborar una estrategia de escape.  En medio de está situación de guerra, mi adorada esposa me preguntó: ¿Se puede saber qué te pasa? Le respondí: “¿Acaso no te das cuenta? ¿No escuchas las bombas? ¡¡El terrorismo ha vuelto!!” Ella se puso a reír y me dijo: Los terroristas sí que tienen ritmo, esos son tambores y fuegos artificiales. Me abrazó para ayudarme a entrar en razón y ambas terminamos riendo. La explicación a todo era simple. Comenzaba a regir el Año de la Rata y los vecinos orientales lo celebraban a lo grande.
Pasado el alboroto, le contaba lo terrible que había sido para mi, y todos los de mi generación vivir la Lima de los años ochentas y noventas. El terrorismo, que ya antes había golpeado otras zonas de este país, se empezaba a manifestar para nosotros los capitalinos. Yo en esa época aun era una niña, y los niños tienen la maravillosa facultad de encontrarle el lado amable a todo. Cuando estos infelices detonaban una torre de alta tención y nos quedábamos sin luz, nos encantaba reflejar sombras de animalitos en la pared y luego jugar con la cera de la vela. Además, había escasez de alimentos, entonces se tenía que hacer largas colas para todo. Pero, como mi madre es la mujer maravilla, poseedora de un encanto natural, hacia que sus caseras del mercado le reserven estos productos de primera necesidad, a precios justos y sin hacer colas.
A lo lejos recuerdo algo que en ese entonces se llamaba “paro armado”. Para nosotros eso sólo significaba que no teníamos que ir al colegio y nos parecía genial.  Lima estaba de cabeza, tan es así que hubo un día donde el agua potable salía sucia y con mal olor. Aquel día lo denominaron el Martes Negro. Pues hubo además un corte de luz y por si fuera poco, alzas de precio.  Dicho en peruano: apagón, paquetazo y agua con caca.
Es comprensible que por nada del mundo quisiera vivir nuevamente esto. Ahora de grande reparo en lo terribles que fueron esos años. Siempre es más fácil ser niño. Tener alguien que te proteja y solucione todo por ti. Como en la película La Vida es Bella de Benigni.
Los dejo, tengo que ir a recoger a mi principessa.          

miércoles, 26 de enero de 2011

La Playa

El origen de la vida fue un tema que me cautivó durante mi niñez. Me resulta -como a muchos- imposible pensar que el universo fue creado en 7 días con  una varita mágica. La idea me parece romántica y respeto a quienes la apoyan en un acto de fe.  En lo personal, considero más simpático pensar que la vida se inició en el mar, pues como dice la canción: En el mar, la vida es más sabrosa.
Debe ser por este motivo que las personas nos ponemos tan felices cuando sabemos que vamos a visitar el mar. Verlo, olerlo, escucharlo o sentirlo es sinónimo del relax más sublime. Este mismo sentimiento me embargó cuando supe que nuestra amiga, la artista, nos había invitado a pasar un fin de semana en su casa de playa. Era la primera vez que dormiría fuera de casa y mejor aún fuera de la ciudad. Para completar esta maravillosa aventura, nuestra amiga la artista tenia auto propio. Para nosotras, mi hermana y yo, este paseo  sólo podría ser presagio de pura diversión y sueños de libertad. 
Emprendimos nuestro camino. Antes, de forma muy organizada, habíamos preparado el cargamento: millones de piqueos, licor del más barato,   cientos de cigarros, muchos cd’s y rollos de foto. Felices hasta el copete, nos trepamos en el autito blanco con la música a todo volumen y alguien dijo: ¡Playa, allá vamos!  Partimos raudas como el viento y a los 10 minutos el  velocímetro ya marcaba los 100 kph. Éramos las dueñas de la carretera, de nuestro destino, estábamos on fire! De pronto, noté algo raro y les dije a las chicas: ¡esto está que quema! Ellas respondieron: ¡siiiiiii, es que somos ardientes! No carajo, ¡el carro se quema!, les grité. En efecto, abrimos la humeante maletera y del radiador fluía un líquido verdoso e hirviente. Unos experimentados camioneros nos auxiliaron y llegamos a nuestro  destino, sanas y salvas.
La casa de playa era hermosa, frente al mar, con una linda mesa de billar blanca y una terraza de ensueño. Desempacamos, pusimos el cd de Bob Dylan y preparamos cantidades industriales de cubalibre. Empezamos entonces a libar como si fuera el último día de nuestras vidas. Vasos van, vasos vienen, mil risas y charlas cruzadas donde nos contábamos de todo un poco. Bailábamos como loquitas las canciones de la época. Todas esa música incluía su propia coreografía, hecho que me parecía una falta de respeto para las personas que no bailamos bien, esos cantantes debieron haberme  indemnizado de por vida por someterme a la burla colectiva de no achuntarle a ningún   paso. No importaba, estábamos entre mujeres y  bailábamos con la escoba, cantábamos con botellas simulando un micrófono y con el alcohol en nuestras venas nos sentíamos unas reinas.
En plena euforia, convenimos hacer un coro, un trío musical que juramos -dentro de nuestra embriaguez- pasaría a la historia. Mi imaginación voló y lo organicé todo, mi hermana haría la primera voz, yo la segunda y mi amiga la artista haría…bueno, ella haría su voz. Cómo toda buena juerga, esa noche terminó con una expulsión oral de los contenidos estomacales de mi hermana, en criollo: vomitó hasta el alma.
A la mañana siguiente aprovechamos el tímido sol primaveral para tomar  muchas fotos. Y, cuando el sol se ocultó era momento de regresar a la gris Lima. Lamentablemente, los paseos de playa no pueden ser eternos, uno tiene que llegar a casa a extrañar el arrullador sonido de las olas. Repetimos este paseo un par de veces con más personas,  y la pasábamos igual de lindo. Señores, les cuento con gran pena que esta casa se vendió. Seguramente ahora es guarida de jóvenes aventureros y soñadores como los fuimos nosotras en aquella época. Espero así sea.
Pero, siempre nos quedan los recuerdos en el corazón, de esta y mil aventuras que he tenido con mi hermana y mi amiga la artista, que es como otra hermana.
Los dejo, voy a llamar a la artista. Le dije que lo haría en cuando terminara de escribir este post.

miércoles, 12 de enero de 2011

Derecho de Piso

Siempre me ha parecido curioso como la vida puede cambiar de un segundo a otro. Las decisiones que uno toma, que incluso al principio pueden parecernos simples, cambian el rumbo de todo. Algo relacionado nos ocurrió a nosotras, es decir, a mi adorada esposa y a mí. 
Al comienzo de nuestra relación ambas vivíamos en lugares distintos y distantes. Señores, los amores a distancia son igual de sólidos que la gelatina en verano. Así que, en una cotidiana conversación telefónica decidimos acortar ese trecho, y ella, lo dejó todo para venir hacia mí.                                                 
Como es de suponer, mudarse desde tan lejos no fue tarea fácil. Ella lo hizo bien, chapó su guitarra y en otros dos bolsos metió todo. Entonces, se enrumbó en horas de viaje hacia aquí, no sin antes provocar un incendio en la cocina desatado por un afán depilatorio de última hora. Accidente común femenino: descuidar la cera en la hornilla encendida. Consecuencia: Ir a comprar pintura con carácter de urgencia para camuflar el desastre. Por si fuera poco, su compañero de asiento durante el trayecto era uno de estos trotamundos enemigos del agua y el jabón. Mi adorada esposa viajaba muy limpia, aunque con la cabeza llena de chispas blancas de pintura. Era justificable que esos vecinos hedores la perturbaran todo el camino.
Finalmente juntas, me contó su odisea y le dije en tono cursilón que lo olvide todo, que ya estábamos juntas y le dije que desempacara. Sus maletitas parecían las de Mary Poppins, sacaba ropas, zapatos, artefactos y demás. Mientras yo trataba de descubrir algún doble fondo en el equipaje, sentí que el cuarto empezaba a apestar, a impregnarse de un muy mal olor. Al parecer, la viajera mal oliente habría sido mi ella, pues sus zapatillas se llenaron de agua cuando ella fungía de bombero. Eran unas bombas fétidas. Un asco.
Establecida ya en mi amado país, no perdimos tiempo en buscarle un trabajo. Buscar trabajo es horrible y más aun para nosotras que no atesoramos una gran variedad de ropa formal – laboral. Lo típico, pedir prestado carteras decentes a mi hermana, arreglarse muy bien y salir a recorrer la selva de cemento ¡a paso firme! bueno, no tan firme, pues la pobre olvidó sus zapatos y tuve que prestarle los míos, una talla menor. Cada paso con esos zapatos ajenos era todo un sacrificio, una promesa votiva, una autoflagelación. Olvidé acotar que en esa época no tenía auto, así que íbamos a las entrevistas en bus. En un país de primer mundo este último hecho no tendría relevancia, pero los invito a tomar el trasporte público de Lima y si sobreviven entenderán lo que les digo.
Pero así fue,  fue en esas circunstancias que mi adorada esposa trató de abrirse campo aquí. No hay mal que dure cien años, no hay cuerpo que lo aguante. Existen cosas que en algún momento nos llenan de desazón y luego pasan a ser anécdotas. La vida nos hace pagar derecho de piso y a veces la tarifa es alta.  Pero creo -y cuando lo olvido me obligo a auto convencerme de nuevo- que todo pasa por algo y que las cosas más maravillosas vienen precedidas de muchas hechos que en algún futuro llamaremos anécdotas. Un poco más de paciencia.
Los dejo, hay mucho por hacer hoy, tal vez cambiar algún rumbo.