jueves, 25 de abril de 2019


La Rosita
Hoy por aquí corrió la rutina de siempre. La alarma suena 5:00 am, trato de apagarla, el celular se cae, los gatos vienen, hago la finta que me levanto. Tonteo en la cama hasta las 5:15 am. En la cocina escucho las noticias mientras hago  desayunos, loncheras y puras cosas que confirman que la juventud quedó atrás, muy atrás.
Ya medio libre, me pongo a ver mi celular. Que sensación de paz cuando me tomo unos minutos para revisar tranquilamente mis redes sociales. Ironía total para una persona tan poco sociable como yo. El mundo puede colapsar al  alrededor mío y ni me entero. No hay drama, son unos minutos.
Mil videos de perros y gatos, posts de películas de mafia italiana  y las locuras del WhatsApp, me hacen la mañana. Soy feliz con esa dependencia voluntaria que ahora profesamos al celular. Una notificación me llega, una aplicación me dice que ya es hora de visitarla, obedezco y comienzan a aparecer mis “recuerdos”. Esta App recolecta todas las fotos y publicaciones  que hice en este mismo día, en diferentes años. Es ahí donde hoy me topé con fotos de cuando celebramos el 1er año de mi hija, hace 9 años.
Todas las fotos me alegraron, me arrancaron sonrisas, nostalgias. Ver a mis nonnos más fuertes, toda la gente más joven (y delgada). Pero, hubo un recuerdo en especial que despertó mis fibras más sensibles. Era una foto de Rosita con mi hija.
Rosita, fue una señora que trabajó con nosotros durante 10 años. En la foto, Rosita tenía cargada a la bebe en una mano y con la otra, aparece armando las cadenetas de colores para decorar el cumple.
Ella pasó 10 años aguantando nuestros caprichos, cocinando cosas distintas a diario para cada una de nosotras. Memorizando a la perfección nuestros gustos y preferencias. Jugo de papaya para mí con menjunjes naturales extras. Pechuga sin grasa y ensalada para mi esposa. Otra dieta para mi hermana. Correr a cargar la cartera de mi madre y preguntarle sobre el día de trabajo. Y cuando nació nuestra hija, velar por su bienestar en general. Nadie sufría más con un intercambio de palabras entre mi esposa y yo que  Rosita. Llamaba angustiada a mi mamá para acusarnos y en esos minutos hacía que la bebe no se diera cuenta de nada.
Por si fuera poco, aprendió a la perfección como dirigir las excéntricas fiestas que dábamos en aquella época. Fiestas de sólo ropa blanca, de sombreros, strippers, criollas, polladas, sanguchadas bailables, celestiales, infernales, de disfraces. La lista es larga. Pero, Rosita era la asistente de producción perfecta. Esperaba a los tolderos, los del chopp de cerveza, el catering, los mozos, todo. Ella dirigía y lo hacía con gracia, sabor y swing. También la hacía de bartender y coimeaba al Serenazgo con un buen plato de comida para que deje que la fiesta fluya hasta el fin. En cada fiesta se metía sus buenos guaracazos de pisco o chela y nos entretenía con sus historias. Inolvidable cuando un stripper, vestido de policía malo, la hizo volar por los aires. Ella no se chupaba nunca,  era partícipe de las locuras siempre.
Los años pasan y la vida nos obliga a tomar rumbos distintos. Rosa tuvo que buscar otras salidas y nosotras también. Con pena honda, tuvimos que ver partir nuestra empresa y nuestra casa. De las decenas de empleados adulones, cuando el dinero se fue, sólo quedó para la posteridad la Rosita. Nuestra amiga y confidente. La que nos acompañó en los momentos más felices y en esos que piensas que ya no se puede más. La que cargaba cariñosamente a mi hija con un brazo y con el otro se rompía armando la fiesta.
Nos escribimos siempre con mucho cariño y por supuesto, ya le compartí la foto que ha provocado este texto. El otro día vino a deleitarnos con su inigualable pollada. Promete venir otro domingo a hacernos papa rellena. En ese encuentro hemos recordado el pasado sólo con risas. Finalmente, esa es la idea.
Los dejo, pensando, a quién recuerdan ustedes con el mismo cariño?