miércoles, 26 de enero de 2011

La Playa

El origen de la vida fue un tema que me cautivó durante mi niñez. Me resulta -como a muchos- imposible pensar que el universo fue creado en 7 días con  una varita mágica. La idea me parece romántica y respeto a quienes la apoyan en un acto de fe.  En lo personal, considero más simpático pensar que la vida se inició en el mar, pues como dice la canción: En el mar, la vida es más sabrosa.
Debe ser por este motivo que las personas nos ponemos tan felices cuando sabemos que vamos a visitar el mar. Verlo, olerlo, escucharlo o sentirlo es sinónimo del relax más sublime. Este mismo sentimiento me embargó cuando supe que nuestra amiga, la artista, nos había invitado a pasar un fin de semana en su casa de playa. Era la primera vez que dormiría fuera de casa y mejor aún fuera de la ciudad. Para completar esta maravillosa aventura, nuestra amiga la artista tenia auto propio. Para nosotras, mi hermana y yo, este paseo  sólo podría ser presagio de pura diversión y sueños de libertad. 
Emprendimos nuestro camino. Antes, de forma muy organizada, habíamos preparado el cargamento: millones de piqueos, licor del más barato,   cientos de cigarros, muchos cd’s y rollos de foto. Felices hasta el copete, nos trepamos en el autito blanco con la música a todo volumen y alguien dijo: ¡Playa, allá vamos!  Partimos raudas como el viento y a los 10 minutos el  velocímetro ya marcaba los 100 kph. Éramos las dueñas de la carretera, de nuestro destino, estábamos on fire! De pronto, noté algo raro y les dije a las chicas: ¡esto está que quema! Ellas respondieron: ¡siiiiiii, es que somos ardientes! No carajo, ¡el carro se quema!, les grité. En efecto, abrimos la humeante maletera y del radiador fluía un líquido verdoso e hirviente. Unos experimentados camioneros nos auxiliaron y llegamos a nuestro  destino, sanas y salvas.
La casa de playa era hermosa, frente al mar, con una linda mesa de billar blanca y una terraza de ensueño. Desempacamos, pusimos el cd de Bob Dylan y preparamos cantidades industriales de cubalibre. Empezamos entonces a libar como si fuera el último día de nuestras vidas. Vasos van, vasos vienen, mil risas y charlas cruzadas donde nos contábamos de todo un poco. Bailábamos como loquitas las canciones de la época. Todas esa música incluía su propia coreografía, hecho que me parecía una falta de respeto para las personas que no bailamos bien, esos cantantes debieron haberme  indemnizado de por vida por someterme a la burla colectiva de no achuntarle a ningún   paso. No importaba, estábamos entre mujeres y  bailábamos con la escoba, cantábamos con botellas simulando un micrófono y con el alcohol en nuestras venas nos sentíamos unas reinas.
En plena euforia, convenimos hacer un coro, un trío musical que juramos -dentro de nuestra embriaguez- pasaría a la historia. Mi imaginación voló y lo organicé todo, mi hermana haría la primera voz, yo la segunda y mi amiga la artista haría…bueno, ella haría su voz. Cómo toda buena juerga, esa noche terminó con una expulsión oral de los contenidos estomacales de mi hermana, en criollo: vomitó hasta el alma.
A la mañana siguiente aprovechamos el tímido sol primaveral para tomar  muchas fotos. Y, cuando el sol se ocultó era momento de regresar a la gris Lima. Lamentablemente, los paseos de playa no pueden ser eternos, uno tiene que llegar a casa a extrañar el arrullador sonido de las olas. Repetimos este paseo un par de veces con más personas,  y la pasábamos igual de lindo. Señores, les cuento con gran pena que esta casa se vendió. Seguramente ahora es guarida de jóvenes aventureros y soñadores como los fuimos nosotras en aquella época. Espero así sea.
Pero, siempre nos quedan los recuerdos en el corazón, de esta y mil aventuras que he tenido con mi hermana y mi amiga la artista, que es como otra hermana.
Los dejo, voy a llamar a la artista. Le dije que lo haría en cuando terminara de escribir este post.