miércoles, 15 de diciembre de 2010

Tiempos Violentos

Se dice que cuando un niño nace, viene con un pan bajo el brazo. La vida me ha enseñado que hay niños -afortunados- que vienen con una panadería entera y hay otros -con menos suerte- que vienen con un petipán, migajas o a veces, nada.
No sé cual fue mi caso, pero recuerdo haber crecido en un hogar austero y no siempre feliz. Tampoco es para hacer drama señores, pues puedo asegurarles que me divertí muchísimo con lo poco que tenía. En los veranos, nos refrescábamos en una piscina inflable de Coca-Cola que habíamos canjeado con 10 chapitas  y muchos millones de Intis (la subvaluada moneda de esa época). En la minúscula piscina del jardín, chapoteábamos con la misma alegría que cualquier niño que veraneaba en un lujoso resort caribeño.  
Sin embargo, siempre me he preguntado porqué cuándo uno es pobre todo le pasa. Y, lógicamente no tengo respuesta para esto. Prefiero tomar todos estos hechos como anécdotas, cosas curiosas que son parte de la vida. Por ejemplo, cuando la lavandera nos robó el único televisor -blanco y negro- que teníamos en casa. ¡Qué  clase de ratero de medio pelo les roba a los pobres!
Después de la tormenta siempre llega la calma, dice mi querido Alejandro Sanz, y así fue. Años de endeble bonanza acompañaron a mi familia. Los aprovechamos bien: viajamos, celebramos, compramos, compartimos, repartimos y luego, todo lo perdimos.  De nuevo a las carencias, las preocupaciones, toda la mierda. El gran problema es que ya no éramos unas niñas y era difícil encontrarle la parte divertida a todo esto. Lo peor era la camioneta de mi padre, una Volkswagen de los 60’s (y ya eran los 90’s)  roja con franjas negras. En ella nos llevaban al colegio. Era un martirio, una tragedia hindú, poseer esa carcacha. En las mañanas había que calentarla a ver si se le antojaba arrancar, si no, había que empujarla por toda la cuadra. Una vez en la ruta, existía otra gran preocupación: la climática. La camioneta tenía en el techo, lo que con optimismo podríamos llamar, agujeros especiales para la ventilación. Dicho de otro modo, la carrocería era tan vieja  que estaba llena de huecos y con la lluvia el agua empezaba a filtrar por todas partes. Había días que mi hermana y yo llegábamos al colegio con la falda mojada.  El level de vergüenza que nos ocasionaba este vehículo era grande, muy grande. Todo tiene su final, nada dura para siempre y un día la camioneta roja, simplemente murió. Pasó a formar parte del cementerio automotor. ¡Qué felicidad  carajo!
El mundo da muchas vueltas señores y la situación ha mejorado. Nuestros autos ya no tienen huecos. Nuestros televisores tienen color. Y, aunque no lo crean, estoy eternamente agradecida de haber vivido todo eso. Eso me hace quien soy y apreciar todo.
La vida es irónica y relativamente cíclica.  A veces las cosas se vuelven a poner color de hormiga -como ahora- y todos nos perturbamos como en el pasado. La cosa está muy jodida señores.  La receta es la misma: calma, mucha calma. Mejor, pensar como el difuntito Bob Marley: Everything’s gonna be alright.
Los dejo, voy a ver como le hacemos, sacar cuentas… hacer magia, mucha magia.