viernes, 20 de enero de 2012

Receso


Me he corrido de escribir por muchos meses. Les juro que esta vez no es inconstancia. Fue más bien el afán de darle un cierre a algo que ocurrió en mi vida, algo importante que me marcó así como yerra de ganado. Quería, antes de empezar a escribir de nuevo, que todo ese capítulo de mi vida se acabe, o milagrosamente se reescriba, pero ya han pasado más de seis meses y no puedo esperar para siempre. Por eso hoy, que como rara vez estoy desocupada y sola, he cogido la computadora con timidez absoluta. Estoy esperando que el teclado y yo entremos en la complicidad de costumbre y nos aventuremos a escribir notas entretenidas, bromas malosas, cosas amorosas, anécdotas de aquí y allá.

Siempre que inicio o retomo algo, lo hago con miedo, o como bien lo evocó mi hermana hace poco en un post, con una sensación a la cual  de niñas denominamos como “dolor de estomago pre fiesta infantil”. Sí algo he aprendido en la vida, es que la única cura para este síndrome es acojonarse y tirar pa adelante. Total, si no  la cosa no fluye, borro esto y ustedes nunca se enterarán.

Algunas de mis amigas, buscando alguna clase de perpetuidad virtual en mi humilde blog, siempre me piden que escriba de esto o aquello, cualquier cosa que las involucre. Yo, mentirosamente, siempre les digo: Ok en el próximo escribo de ti. No les he cumplido y no es falta de amor, si no que rehúyo a escribir de las historias de mis viejas amistades porque son demasiado lindas para mí, temo opacar la palomillada que quiero plasmar con nostalgias del tiempo pasado.

Colegio de monjas y de alumnado femenino, donde nos teníamos que resignar a no interactuar con el sexo opuesto. Las mujeres somos complicadas, pero coincidimos unas cuantas locas que éramos buena onda, juguetonas, jodidas, rebeldes, vitales e incomprendidas. No es que nos hayamos propuesto molestar a las autoridades colegiales, si no que ellas decidieron fastidiarse con nuestra presencia. A decir verdad, esto alimentaba nuestro ego adolecente y entrabamos en un círculo vicioso de pugnas de poder. Se me viene a la mente los recreos, donde nos querían controlar tipo panóptico, y nuestra táctica era dispersarnos por todo el patio, de manera que no puedan vigilarnos. En una esquina mi comadre se abría la blusa y se bronceaba, en esa época ella poseía dos grandes razones para atraer las miradas a su colorido bikini. En otro lado fingíamos una pelea de callejón con apuestas y todo. Metros más allá,  dos inocentes jugaban a las palmadas y las que quedaban fingían estar locas balanceando su cabeza como perritos de taxi. En consecuencia, la subdirectora -que ese año gracias a nosotros fue una civil, es decir no era monja- se volvía loca, un poco más de lo que estaba.

Con estos actuares, obviamente, dimos pie a que se tejieran mil conjeturas entorno a quiénes realmente éramos.  Algunas decían que éramos drogadictas, y que de hecho traficábamos estupefacientes en forma de caramelos y se los dábamos a las niñas pequeñas. Que robábamos para poder satisfacer nuestra adicción a las drogas y el alcohol. Que en el futuro sólo podríamos ser burriers, rateras y lesbianas.  

Aclaro, que esos mitos estaban muy alejados de la realidad y basándome en lo ya ocurrido, desvirtúo tajantemente esas predicciones fatalistas sobre lo que sería nuestro futuro. Pues, todas terminamos siendo profesionales, mujeres de bien, algunas madres y gracias a Dios felices. Eso sí, de lo que no nos pudimos curar fue de la locura.
Lo triste es, que luego del colegio nunca más nos pudimos ver con esa frecuencia obligada que disfrutábamos tanto. Pero, nos las arreglamos para coincidir nuevamente por ahí. A veces, y por tiempos, nos alejamos, nos desentendemos. Lo bonito es, que  el amor siempre queda, no se extingue. Los recuerdos, están siempre aquí, como si fuera ayer. Como si no hubieran pasado casi dos décadas. Escribiendo, me sentí una quinceañera de nuevo. Extraño estas épocas.

Los dejo, I AM BACK!!!!