jueves, 30 de diciembre de 2010

Finales

Alguna vez, hace mucho tiempo, Lima era una ciudad de clima definido. La llegada de Diciembre se sellaba con los primeros días de calor del año. Era momento de cambiar de vestimentas, despojarse de la azulina chompa escolar y dar paso a prendas más ligeras. Para mí, ver los primeros rayitos de sol  sólo significaba estrés, puro purito estrés.
 Significaba, que el año escolar llegaba a su fin y tenía que agenciarme de mis mejores estrategias para no reprobar los cursos. En mi cabeza se desarrollaba un intenso proceso creativo de  justificaciones   para mi bajo rendimiento en el colegio, las cuales  tenía que explicar  a mis padres y maestros. De por sí, el colegio era una tortura, y además esto. ¡No hay derecho! Señores, una adolecente no merece tanto estrés.
Me pregunto si realmente el fin de cada calendario romano, marca también el cierre de algo en nuestras vidas. Si alguna energía se rompe para dar paso a alguna otra. No creo tener una respuesta acertada, pero sí se que hay millones de cábalas para atraer mejorías en este nuevo comienzo. Como diría nuestra internacional Tigresa del Oriente -reina del youtube-  para este “Nuevo Amanecer”.
Solíamos recibir el Año Nuevo con mi abuela. Éramos felices allí, llevábamos nuestro muñeco tamaño real para quemar, reventábamos cuetes y comíamos pollo a la brasa que mi abuelo compraba. En esa cuadra toda la vecindad tenía sus cábalas. Una vecina   esperaba la media noche con una maleta en cada mano y llegado el momento daba una vuelta a la manzana. Según sus creencias, eso le traería en el año muchos viajes  y fortuna. Preservó su tradición año tras año. Sin embargo, las cosas en Lima se pusieron muy picantes y la delincuencia aumentó. Ya en los años noventas, un ratero sin espíritu  viajero la esperó  en el tramo más oscuro de la manzana y le robó las dos maletas.
Una tradición que tampoco tuvo continuidad fue la de tener monedas en ambas manos y arrojarlas a las doce. Con la crisis que vivía el país en esa época, nadie quería despilfarrar el dinero así. Y si alguien lo hubiera hecho, seguramente otro estaría  presto a recogerlas. Lo de comer lentejas y uvas es algo que he hecho aquí y en otros países.  Puedo aseverar que las lentejas siempre son más ricas aquí, con más sabor y color. Lo de las uvas es algo muy estresante, en España nos hicieron comer una uva por campanada y yo no entendía   que lapso de tiempo había entre campana y campana. Por último, no me gustan las uvas y la verdad no creo que nada de esto funcione. Combinando estos dos alimentos lo único que puede lograse es amanecer el 1ero de Enero con una diarrea del carajo.
Creo, y lo he hecho muchas veces, que lo mejor es un buen baño de mar, dejar que Yemanyá se lo lleve todo. Si no estamos cerca al mar, sólo nos queda desear y creer que todo siempre mejora. Pensar que vinimos a esta vida a ser felices y que no podemos irnos sin lograrlo. Amar mucho, no joder a los demás y decretar que nadie nos joda a nosotros. Yo le pido al universo seguir amando, seguir siendo amada, vivir en paz y en armonía con mis seres amados, mucha salud para todos…y por supuesto cantidades ingentes de dinero.
Los dejo, voy a comprar un calzón amarillo, XXL. Señores, Feliz Año. Bendiciones.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Tiempos Violentos

Se dice que cuando un niño nace, viene con un pan bajo el brazo. La vida me ha enseñado que hay niños -afortunados- que vienen con una panadería entera y hay otros -con menos suerte- que vienen con un petipán, migajas o a veces, nada.
No sé cual fue mi caso, pero recuerdo haber crecido en un hogar austero y no siempre feliz. Tampoco es para hacer drama señores, pues puedo asegurarles que me divertí muchísimo con lo poco que tenía. En los veranos, nos refrescábamos en una piscina inflable de Coca-Cola que habíamos canjeado con 10 chapitas  y muchos millones de Intis (la subvaluada moneda de esa época). En la minúscula piscina del jardín, chapoteábamos con la misma alegría que cualquier niño que veraneaba en un lujoso resort caribeño.  
Sin embargo, siempre me he preguntado porqué cuándo uno es pobre todo le pasa. Y, lógicamente no tengo respuesta para esto. Prefiero tomar todos estos hechos como anécdotas, cosas curiosas que son parte de la vida. Por ejemplo, cuando la lavandera nos robó el único televisor -blanco y negro- que teníamos en casa. ¡Qué  clase de ratero de medio pelo les roba a los pobres!
Después de la tormenta siempre llega la calma, dice mi querido Alejandro Sanz, y así fue. Años de endeble bonanza acompañaron a mi familia. Los aprovechamos bien: viajamos, celebramos, compramos, compartimos, repartimos y luego, todo lo perdimos.  De nuevo a las carencias, las preocupaciones, toda la mierda. El gran problema es que ya no éramos unas niñas y era difícil encontrarle la parte divertida a todo esto. Lo peor era la camioneta de mi padre, una Volkswagen de los 60’s (y ya eran los 90’s)  roja con franjas negras. En ella nos llevaban al colegio. Era un martirio, una tragedia hindú, poseer esa carcacha. En las mañanas había que calentarla a ver si se le antojaba arrancar, si no, había que empujarla por toda la cuadra. Una vez en la ruta, existía otra gran preocupación: la climática. La camioneta tenía en el techo, lo que con optimismo podríamos llamar, agujeros especiales para la ventilación. Dicho de otro modo, la carrocería era tan vieja  que estaba llena de huecos y con la lluvia el agua empezaba a filtrar por todas partes. Había días que mi hermana y yo llegábamos al colegio con la falda mojada.  El level de vergüenza que nos ocasionaba este vehículo era grande, muy grande. Todo tiene su final, nada dura para siempre y un día la camioneta roja, simplemente murió. Pasó a formar parte del cementerio automotor. ¡Qué felicidad  carajo!
El mundo da muchas vueltas señores y la situación ha mejorado. Nuestros autos ya no tienen huecos. Nuestros televisores tienen color. Y, aunque no lo crean, estoy eternamente agradecida de haber vivido todo eso. Eso me hace quien soy y apreciar todo.
La vida es irónica y relativamente cíclica.  A veces las cosas se vuelven a poner color de hormiga -como ahora- y todos nos perturbamos como en el pasado. La cosa está muy jodida señores.  La receta es la misma: calma, mucha calma. Mejor, pensar como el difuntito Bob Marley: Everything’s gonna be alright.
Los dejo, voy a ver como le hacemos, sacar cuentas… hacer magia, mucha magia.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Buenos Muchachos

Hace diez años atrás, se conmemoró el veinte aniversario del fallecimiento de John Lennon, como muchos saben, mi ídolo musical. Mi amigo, el guitarrista, me propuso ir al homenaje que se hace cada año en esta fecha, fuimos juntos. Debut y despedida. Han pasado diez años y no he vuelto a ir.
Lo conocí, al guitarrista, en mi primera semana de clases en la universidad. Coincidencias de la vida, él era un viejo amigo de mi comadre y por nuestros gustos musicales, ambos beatlemaniacos, mi comadre siempre quería que él y yo nos conociéramos, pero nunca ocurrió.  No tengo idea como su enamorada de esa época, podía sobrellevar con buen carácter el hecho  que él y yo pasáramos mucho tiempo juntos.  Supongo que ella olfateó, antes que yo, que los hombres sólo me interesaban como amigos. Nos cagábamos de risa, cantábamos y estudiábamos juntos.   Lo de estudiar era relativo, pues en realidad  estudiábamos la manera de cómo haría yo para pasar Matemática 1. Una vez ideamos el plan perfecto: él daría el examen por mi, sabía mi código universitario, mi clave, todo. El talón de Aquiles de este plan era que, todos mis exámenes anteriores  los entregaba vacíos y el profesor no era tan estúpido como para creer que de la noche a la mañana aprendí la materia, que obviamente reprobé.
Muchas personas pensaban que yo estaba enamorada de él, y de hecho lo amaba, pero de una forma muy sana, él a mí de la misma forma. Se preocupaba por que no me emborrachara de más y por que no haga tonterías. Me cuidaba tanto, que una vez estábamos en la piscina de una amiga y yo me moría de la vergüenza que otros me vieran esos kilillos de más (que en esa época eran muy pocos). Entonces él, tiernamente, traía la comida hacia mí, incluso la toalla para que nadie viera nada de este cuerpo latino. Estudiamos distintas carreras y nos alejamos sin querer queriendo. Nos seguimos juntando cuando podemos. El cariño, ese gran cariño siempre está ahí.  
Pensé que no encontraría otro gran amigo del género masculino en la universidad y me equivoqué. Al parecer olvidé que las cosas siempre llegan sin que uno las busque. Lo conocí por intermedio de mi gran amiga, la Chola. Por mi parte hubo una química rápida y me cayó tan bien que a los días de conocerlo le hice un CD con canciones que pensaba que a él le gustarían. Desde ese momento fuimos compinches de pendejadas universitarias: de faltar, de falsificar certificados médicos, de burlarnos de los profesores de Estadística,  de dejar todo a última hora y aún así salir airosos. Siempre estábamos prestos a ayudarnos el uno al otro, pues compartíamos ese ritmo relajado de ver la vida universitaria, nunca nos estresábamos, literalmente nunca.
Una vez me vio preocupada, pues mi adorada esposa tenia que regular su situación migratoria y le propuse la locura de que se case con ella. Y así lo hizo. Celebramos una íntima  falsa boda. Cuando, por joder, alguien propuso un brindis de los recién casados él dijo algo que nunca olvidaré: “Esto es sólo una de las tantas cosas que haría por ti”.
Me conmueve ver como ambos siguen siendo parte de mi familia y de mi vida. Me gusta ver  como ambos se ríen con mi hija.  Me alegra  tenerlos hasta el día de hoy.
Los dejo, voy a llamar a uno de éstos buenos muchachos…con el otro ya hablé hace un rato.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Amor y Odio

Me presento ante ustedes luego de haber descontinuado mi ya sagrada tarea de escribirles cada miércoles. Motivo: salud y mi costumbre de dejar todo a última hora. Origen del motivo: estrés, ahuevonamiento general y obesidad severa.
Pero que tal conflicto esto del peso. Nací pesando 3.800 kg. Era una gordita preciosa de ojitos bellos y cabeza de huevo (como decía mi hermana). Nunca fui flaca pero tampoco era tan gorda. ¿Y cuándo se jodió mi cuerpo señores? La respuesta: a mis 22 años, 22 de setiembre del 2002. Probablemente,  esta coincidencia numérica haya desatado una extraña y poderosa fuerza universal que produjo que mi cuerpo se inflame más, y más.
En esa época yo ya vivía con mi adorada esposa y nuestra vida nocturna se iba tornando cada vez más tranquila. Cambiamos las saliditas parranderas por aventuras culinarias, buscando siempre los más generosos huariques de la ciudad de Lima. Esta nueva modalidad de distracción iba generando adeptos, pues cada vez más amigos nos hacían compañía. Mi adorada esposa, mi hermana y yo éramos las cabecillas corruptoras de los amigos que intentaban llevar una vida sana, y éstos caían fácilmente. Una noche fuimos al turístico barrio de Miraflores, con el afán de empujarnos un sándwich gigantesco en Miguelón, y recodamos que cerca trabajaba nuestra querida amiga la marketera, la contactamos para proponerle se una a la tragadera, pero ella tenía planes de ir al gimnasio esa noche. A los diez minutos arribó al lugar con su maletín deportivo. Señores, ¡comer es más rico que hacer deporte!
Como somos herejes, no nos importa comer carne en Semana Santa, y un año estábamos antojadas de comer anticuchos en Viernes Santo. Hace muchos años que tenemos nuestro rinconcito anticuchero -Tío Mario- , nunca ha fallado, pero esa noche queríamos buscar otro aún mejor. Dimos vueltas y entramos a un lugar, era horrible, casi una cantina pestilente,  la comida era vieja, pagamos y nos retiramos a seguir la búsqueda. Luego fuimos a otro y nos fue aun peor, y luego a otro. Esa noche negamos tres veces al Tío Mario  y  luego maulló un gato. Señal bíblica que debíamos retornar a nuestro rinconcito. Nuestro mandamiento: fidelidad eterna a quienes nos brindan buena comida.
Todas estas aventuras han hecho pagar a mi cuerpo un alto precio, subir decenas de kilos de los cuales no puedo deshacerme. No me quita el sueño ser flaca, pero ya no me siento bien siendo tan gorda. El otro día mí hija vio una mujer inmensa en la calle y le dijo: mamá.  Cuando  ve alguna musa de  Botero, la señala y le dice mi nombre. Hace mucho tiempo empiezo dieta todos los lunes. La mala alimentación  es como un vicio, se que debo dejarlo pues me hace mal y está dañando mi cuerpo latino.  Entre la comida y yo hay una relación de amor y odio. Sinceramente espero  que esta tormentosa relación termine, pues quiero seguir escribiéndoles muchos años más.
Los dejo, es lunes (día internacional de la dieta), le haremos el intento.  

miércoles, 17 de noviembre de 2010

FE

Generaciones atrás, en mi familia era una tradición que cada matrimonio, albergue un hijo militar, uno cura y una hija monja. Quienes me conocen saben que yo no podría continuar esta costumbre. Este voluminoso cuerpo latino jamás podría levantarse a las 5:00 am, tomar una ducha fría y  desayunar junto a 20 personas. No way! Prefiero despertar dos horas más tarde, bañarme a temperatura pelapollos y empujarme un abundante desayuno criollo en poca compañía.
Siendo niña, tal vez porque así me lo inculcaron, era una personita muy fervorosa. Todas las noches antes de acostarme elevaba una retahíla de plegarias, todas dichas en mi media lengua. Crecí dentro de una familia católica, gracias a Dios mis padres nunca fueron cucufatos pero nos llevaban a misa cada domingo. Durante la misa, mi principal labor era mirar el reloj de mi padre, intentado que la hora pase más rápido. No tenía el poder de concentración necesario para seguir el sermón de los curitas. Sin embargo, me concentraba en otros detalles: miraba el techo rococó, el piso colonial, los angelitos negros y cualquier cosa para disipar mi aburrimiento. Algo que me gustaba era cuando el padre tomaba el vino, pues me decía a mi misma que ese vino debía estar rico y más aun acompañado de esa ostia que seguro sabia a obleas.
Pasé once años de mi vida en un colegio católico, así que tuve que acostumbrarme a todo esto. Respetaba la ceremonia, no participaba mucho y jamás cantaba la canción “Vienen con alegría, Señor, cantando vienen con alegría, Señor”. Aún así, tuve que participar en retiros espirituales, oportunidad perfecta para que mis amigas y yo pongamos en práctica nuestros dotes gansteriles. Hicimos de esos tres días de reflexión, momentos juerga. Y para esto, camuflamos comida en nuestro equipaje, litros de trago en nuestro cuerpo y cigarros dentro de toallas higiénicas. Gracias a Dios la vida nos llevó por buen rumbo, pues como verán teníamos pasta de burriers.
Con el afán de repetir estos  retiros “espirituales”, un par de amigas y yo fuimos a una tradicional iglesia para confirmarnos. Lo cual significaba ir a charlas todos los domingos a primera hora. Las tres íbamos con ojeras y alguna vez, con una resaca maldita. He dicho antes que yo no soy un ejemplo para nadie y creo que en mis guías de confirmación se tomaron esto muy a pecho, pues cada semana me hacían sentir que yo era la peor oveja del rebaño. Luego me invitaron a retirarme aludiendo que mi vida iba por mal camino y mis alabanzas al Señor eran insuficientes.  
Entonces me retiré, pero es difícil cambiar  algo que se tiene muy arraigado. Sin embargo, años más tarde reafirme mi decisión cuando visité el Vaticano y noté que bajo mis botas había oro, de hecho en cada lugar donde se posaba mi vista había oro. Tenía 24 años, ya no era una rebeldía adolescente, simplemente no podía formar parte de una religión que predica el voto de pobreza y están forrados de oro. En silencio, me alejé.
Mis creencias son muy particulares y no espero que nadie las comparta. Creo en el bien e intento con todas mis ganas de practicarlo…muchas veces no resulta. Creo en las energías positivas y espero que ellas crean en mí. He perdonado a todos pero no hablo con algunos. Soy limeña de pura cepa y me gusta ir a ver al Señor de los Milagros, aprovecho para comer turrón. Creo en una fuerza superior y cuando estoy en aviones creo con más fervor. En realidad, como diría mi amiga la artista, es una “cuestión de fe”.

                                                       Los dejo, voy a comer turrón Doña Pepa….suavecito. 

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Independencia

Cuando era una adolescente rebelde con causa, soñaba con crecer rápido. La mayor parte del día, que transcurría en un colegio de monjas, me entretenía imaginando mi vida adulta, tratando que mis pensamientos no sean interrumpidos por mi asimétrica profesora de geografía. Vivía calculando cuantos años, meses, semanas y días faltaban para ser mayor de edad. El plan: cumplir 18 años, mudarme a un departamento y ser poseedora de un Mustang 68’ rojo.
Llegado el momento, como era de suponer,  no tenía ningún departamento. Con las justas tenía una bicicleta roja que mi abuela le había comprado a un choro fumón, quien le hizo una apetecible oferta de último minuto. La verdad, es que recibí la adultez sintiéndome muy cómoda de vivir en casa de mis padres,  tener empleada y todo gratis. Cuando me preguntaban a que me dedicaba, yo respondía: estudio, y con eso me sobra y basta. Señores, era una conchuda profesional.
Sin embargo, la independencia llegó a mi vida tarde o temprano,  tal vez sin querer queriendo. El hecho es que mi adorada esposa y yo decidimos buscar nuestro primer “nidito de amor”, que frase más huachafa. Contrario a mis sueños adolescentes, buscar un departamento bueno, bonito y barato no era tarea fácil. Todos los domingos comprábamos nuestro Comercio y nada. Unos eran muy caros, otros eran muy chicos…hasta que un día vimos un cartel que decía SE ALQUILA DPTO. Nos entrevistamos con el dueño, un viejo carcamán con guayabera y nos dio el precio, fuera de nuestro presupuesto, pero pagable. Así se nos abrió la puerta de nuestro nuevo hogar, lleno de cables pelados de luz colgando, manchas de humedad, posters de calatas, guarida de arañas tejedoras y cucarachas de desagüe que nos dieron la bienvenida masivamente. Miramos el lugar con optimismo, y recordé a mi comadre aconsejándome que con refacciones todo se arregla.  Nuestros familiares tuvieron distintas reacciones: mi madre lloró por la partida de su bebé y mi hermana lloró junto a ella, pues no asumía el hecho que su hermana menor se mudara a un sitio tan feo. Por otro lado, mi madrina le puso ánimo a la situación,  mi tía hizo un ritual de buenas vibras y mi primo fashionista insistía en convertir el patio en un área Lounge.
Honestamente, el lugar era horrible. Pero con muchos “arreglos”, pinturas colorinches y generosas donaciones, quedó acogedor. Las inquilinas rastreras (cucarachas y arañas), nos dieron el adiós en una ceremonia emotiva y por fin nos quedamos solas, mi adorada esposa y yo. La vida adulta no era tan divertida como siempre soñé, había mucho que limpiar y muchas cuentas por pagar. Para hacer más interesante nuestras vidas, la naturaleza nos bamboleó con un terremoto, el cual jodió nuestro remodelado departamento, dejando un huequito en el techo que permitía pasar un coqueto rayito de sol. Que roche.
La vida es testigo que en dicho departamento se dieron los momentos más  difíciles de nuestra relación, la crisis de los siete años, no lo sé. También es verdad que vivimos lindas cosas allí: reuniones hasta el amanecer con amigos, momentos de relajo total y lo más importante allí fue concebida -por decirlo de una manera- nuestra hija.
Gracias a Dios, ahora vivimos  las tres en un mejor lugar, lleno de amor, lleno de todo.
Los dejo, voy a colgar  este post.

   


miércoles, 3 de noviembre de 2010

Ella

Tenía toda la intención de permanecer durante mis vacaciones en Miami, buscar un trabajo, ser libre y vivir la vida loca. Mi amiga, que había llegado dos semanas antes que yo, nos contaba a mi hermana y a mí sus pavorosas aventuras laborales. Decliné rotundamente y horas antes de que mi hermana embarcara hacia Lima le dije: me regreso contigo. La aventura de pasar un verano a lo Melrose Place” terminó antes de empezar.
Decidí entonces vivir la vida loca dentro de mi casa, tenía ganas de tener pareja y quería que fuera para siempre sin importar que yo tuviera 20 años y no había vivido -en cuestiones del amor- nada, recalco, nada. Busqué -obviamente en internet- candidatas, pero el material limeño no era de mi agrado. Es seguro que no busqué bien, pero lo que me tocó era de película y no miento, pues una era igual -gemela casi idéntica- a Whoopi Goldberg, pero sin sus dólare$. Soy impaciente, así que me rendí y concluí que la encontraría rompiendo el sedentarismo y estaba dispuesta a hacerlo el fin de semana siguiente: coger mis cigarros y enrumbarme -en combi- hacia cualquier disco gay.
Mientras esperaba, una noche entré a internet antes de dormir y coincidí con una chilena que venía a Lima con un grupo de amigos y yo me ofrecí a reunirnos entre amigos aquí. Llegado el día del encuentro les pasé la voz a mi hermana y a mi amiga, quienes son ahora mis comadres. Fuimos en busca de la chilena quien nunca apareció, al parecer olvidó la cita. Estábamos listas para retirarnos cuando le dije al recepcionista que la busque una vez más y apareció. La vi en el balcón, y era más que hermosa. Le pregunté con una seña si era ella y viceversa, sonreímos tímidamente. Ella bajó a mi encuentro, los segundos fueron eternos y ya cerca comprobé su belleza, su luminosidad. Juro que resplandecía. Juro que en ese momento se detuvo el tiempo y hubo música para ambas… fue más que mágico, inefable.
Cómo ambas somos locas, ese mismo día nos juramos amor eterno y han pasado diez años de eso. Con muchas altas y muchas bajas, aquí estamos. He estado a punto de perderla, pero por suerte la he recuperado... Lo sé, la suerte no es eterna.
Para resumir cuanto la amo, puedo decir que no concibo una vida sin ella, que nos reímos, que soñamos. Que hemos formado una familia y que contra viento y marea, aquí estamos. Puedo decir con vanidad, que mi amor por ella es correspondido, y espero merecido.  Ahora ella duerme dulcemente a mi lado y yo aprovecho de escribir antes que el día empiece.
De repente esta historia tiene más matices, pero es así como he escogido recordarla. Esta es la versión que quedará en mi memoria de cómo conocí a mi adorada esposa.
 Los dejo, ella está por despertar.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Noches y brujas

Con el afán de establecer una tregua entre mi sentir criollo y la colorida fiesta gringa (Halloween),  cada Octubre investigo el origen de dicha festividad y siempre ocurre lo mismo: el origen es tan aburrido y lleno de nombres raros que, detengo mi búsqueda y -dependiendo de mi nivel de flojera- celebro  lo que venga y lo que me convenga.
Me enteré que el 31 de octubre era una fecha diferente de las otras en 1984. Mi hermana y yo nos alistábamos para dormir, ella se ponía sus pijama de “princesa” y yo el de Michael Jackson. No entiendo porque mi madre insistía en ponerme cosas que guarden relación con Thriller si era obvio -por mis llantos desconsolados- que me daba terror ese video. No le bastó con la casaca roja, también me compró el pijama en el mercado del barrio. El hecho es que, dicha noche escuchamos un alboroto anormal en las calles. Por un momento pensé que se materializaba mi peor pesadilla: los monstruos salían de sus tumbas e invadirían mi casa. Tenía 4 años recién cumplidos, era comprensible que pensara de esa forma. Cuando me di vuelta a buscar alguna respuesta en mi hermana, ella ya estaba metida debajo de la cama, así que me refugié con ella. Luego comprendimos que el tétrico barullo era la combinación de un grupo de humiteros percusionistas  y niños gritando: ¡Jaloguiiiiiiiiiiiiiin!
Al año siguiente planificamos una fiesta de Halloween en casa. Encontrar el disfraz ideal no era tarea fácil y esto era irónico pues mi hermana y yo guardábamos todos los cachivaches y ropas raras posibles con las esperanza de convertirlas en disfraces. Era lo de siempre ocurrir, mi madre limpiaba su closet y hacia una ruma con las cosas que iba a desechar, nosotras hacíamos una  inspección del material y lo destinábamos: pa’ regalar o pa’ disfraz.
Afortunadamente mi abuela me hizo un lindo disfraz de gata gorda y a mi hermana de Chilindrina negra. Salimos a pedir dulces con un grupo  de amiguitas y como era de esperar  los vecinos no estaban aprovisionados de golosinas, pero fueron generosos y nos daban los que podían galletas, panes, plátanos y -unos generosos japoneses- dinero.
La inflación económica golpeó también nuestras celebraciones y ese año -1990-   tuvimos una última fiestita, franciscana, con disfraces improvisados. Casi todas las chicas se disfrazaron de rockeras o payasitas. Mi padre tuvo la ingeniosa idea de cortar una máscara de Fujimori que venia en el Caretas, ponerle dos elásticos y dármela. Mi madre entusiasta me dijo: “cholita como tienes tu pelo corto, te quedará bestial”. Me sentí la más imbécil del planeta caracterizando al ex presidente.
Cuando crecí mis gustos cambiaron, en lugar de caramelos quería trago. Por esas épocas solía pensar  que mientras más me alcoholizaba, más me divertiría. En realidad sí me divertía mucho bebiendo a morir, pero, yo no soy un ejemplo para nadie. Y nadie me quita lo bailado.
Con el tiempo todo ha cambiado, todo gira en torno a nuestra hija y me enternece ver el entusiasmo de mi adorada esposa  para buscar disfraces, decorar la casa junto con mi hermana y repetir el ritual como cuando éramos niñas. Este año mi chinita  se vestirá de china y la casa de mi madre se llenará de chibolos como en antaño. Y esto me llena de felicidad…y más.
Los dejo, voy a probarme mi disfraz, ojala me entre.

miércoles, 20 de octubre de 2010

SUR


He escuchado muchas veces a Raffaella Carra entonar -con mucha convicción-, qué “para hacer bien el amor hay que venir al Sur”. De hecho, el pegajoso estribillo hace aflorar en mí la vedete que todos llevamos dentro: un paso aquí y otro allá, brazos arriba, movimiento de caderas y sacudidas frenéticas de cabello. No pienso corroborar ni negar las afirmaciones de La Diva italiana, pero puedo contarles mi recorrido por el sur –redundantemente- de América del Sur.  
Mi adorada esposa y yo emprendimos esta aventura gracias a mi suegra, quién generosamente nos regaló dos pasajes -en bus- a Santiago. La ilusión de viajar juntas por primera vez hizo que sobrelleváramos con humor el largo y desértico camino de 25 horas. De pronto, estábamos ya en el Terminal y fuimos presurosas a buscar nuestro equipaje: dos bolsos  militares (de 36 kilos cada uno) amarrados con sogas, una mini cocina y una caja llena de víveres que habíamos tomado “prestados”… con  pasajes regalados era de suponer que viajábamos sin un peso en el bolsillo.
Abordamos -para llegar al departamento- un taxi con taxímetro. Me daba soponcio pensar que los segundos pasaban y eso se traduciría en dinero. ¡Cajas registradoras sonaban en mi cabeza! Pero valió la pena, pues el lugar era acogedor y éramos felices imaginando una vida juntas. Hicimos uso de parte de nuestros víveres. Por suerte encontramos en la refri un pollo y salchichas. Lamentablemente el pollo había dejado de ser “apto para el consumo humano” y  se fue a la basura. Las salchichas nos acompañaron hacia nuestro siguiente destino. Cuenta el conserje que días después de nuestra partida, los vecinos llamaron a los bomberos: un hedor invadió el edificio y provenía del  departamento que ocupamos. La vecindad especuló que las viajeras desgreñadas habían muerto y nuestros cuerpos se descomponían dentro. Incluso estaban por llamar a TV Chile para difundir la desgracia cuando los bomberos se asomaron con el cuerpo…de un pollo podrido.
Llegamos por fin a las cabañas de Villa Rica y nosotros más pobres que nunca. Pero no nos importaba pues éramos más felices que nunca. Como la familia Robinson, comenzamos a arreglar nuestra cabaña. No tenía cortinas, pero colocamos pareos. No había camas, pero teníamos sleepings. No había WC, pero…un momento, esto sí era un problema. Calma, si había WC pero no estaba instalado, así que ideé un sistema infalible: vestir la taza del trono blanco con una bolsa. El único inconveniente era de dónde sacábamos bolsas tan grandes. No importa, dije, usaremos bolsas de supermercado. Es difícil resumir el desastre que ocasionamos, lo grafico diciendo que no siempre se tiene tanta puntería y que las consecuencias fueron una porquería, literalmente.
A pesar  que teníamos que tirar dedo para movilizarnos,  alimentarnos de la caridad de las personas y no haber tenido  ni un puto peso en el bolsillo, creo que para ambas fue uno de los mejores viajes de nuestras vidas. El dinero no vale nada cuando uno encuentra la felicidad en otras cosas. Y sí, fuimos tan felices en ese viaje, que luego de eso mi adorada esposa y yo decidimos vivir juntas. Hay muchas cosas que el dinero no puede comprar.
 Los dejo, tengo que ir a pagar mi MasterCard. 


miércoles, 13 de octubre de 2010

Año Sabático

A decir verdad yo no tenía una idea cabal de lo que significaba un año sabático, pero había  escuchado que algunas personas bautizaban de este modo a un periodo de tiempo no muy productivo, para ser claros: un año de puro hueveo.
Nunca imaginé que yo algún día caería en las acogedoras garras de esta práctica, pues me parecía un insulto a la superación personal. Pero debo confesar con vergüenza que sí me tomé un “año sabático” y debo decir con alegría que no estaba sola en esta locura, sino que tenía compañía -y muy buena-, la de mi hermana. No sé que nos empujó a esto, yo acababa de terminar la universidad y mi hermana estaba trabajando en un diario local cuando emprendimos, junto con mi adorada esposa, una aventura de un mes -digna de relatar en otro momento- por muchas ciudades de Europa. Al parecer las tres estábamos contagiadas del espíritu mochilero y nos estresó en demasía el hecho de  llegar a Lima a tener que trabajar y en mi caso, buscar trabajo. Lamentablemente,  mi adorada esposa  no pudo darse el lujo de interrumpir sus labores por un año. Nosotras, sí.
Así fue como decidimos darle sazón a esta vida de Jet Set y nos matriculamos en el gimnasio, pues  era menester deshacernos de esos millones de kilos de sobra. Ir al gimnasio era agotador pero entretenido. Lo único realmente perturbador era entrar al baño y peor aún al sauna. La calatería femenina es algo que me incomoda sobremanera. Si veía un cuerpo feo en mi mente decía: “Pof, ¡no mires!” Si veía un cuerpo lindo en mi mente decía: “qué vergüenza, ¡no mires!”  Y resolví no mirar más. Finalmente una nutricionista y mis fervientes oraciones al Señor de los Milagros, nos pusieron en forma a nosotras y forzosamente a todos en casa.
Como aún sobraba tiempo nos matriculamos en clases de inglés, donde tuvimos la suerte de compartir nuestro reforzamiento angloparlante con personajes inolvidables.  Una chica que nos hacía reír siempre; otra de muy buen corazón además de ser una enciclopedia médica poseedora de un suculento pastillero;  otra olorosa que nos juraba  iba a ser actriz y tenía un manager en Panamá que la convertiría en la nueva “JLo”; y otra que profesaba un credo extraño a quien bautizamos como “Religious Girl”,  pronto esta última tuvo  la compañía, aunque no aseguro si del mismo credo, de una chica parecida a quien bautizamos “Religious Girl 2” (léase en inglés two).
Al término del año lucía delgada, y podía entonar con confianza cualquier canción de los Beatles, cortesía del Británico. Nunca quedé contenta con este tiempo perdido. Estoy segura que todo tiene un porqué en la vida y que -cómo dirían las viejas- todo pasa por algo. Supongo que más que tomar un relax de mi pasado, tenía que tomar viada para lo que venía en mi vida. El año sabático acabó en mi vida para siempre… salvo que algún día no tenga más la necesidad de trabajar. God only knows.
Los dejo, el deber me llama. ¡Pof!

miércoles, 6 de octubre de 2010

Con los 30 encima

Me gustaría decir que me desperté con el sonido típico de la mañana: los pajaritos del parque, el perro de la vecina, micros y demás. Lo cierto es que me desperté mucho antes, presa de la ansiedad de la llegada de mis 30 años.  La Crisis de los 30? Noooo, eso no va conmigo, pero me cuestiono y pienso que lo que vaticiné a mis 23 años se hacía, en parte, realidad. En esa época un  profesor idiota de mi universidad me mandó leer un libro de medio pelo que llegó a ser un Best Seller: "¿Quién se ha llevado mi queso?" y yo dije, si alguien puede ganar dinero con este manual de éxito yo haré mi libro “Tengo 30 y no he triunfado”, pero en ese momento no tenia 30, dejé ir la idea.
Hoy he amanecido y tengo 30… y no he triunfado, al menos no en todos los aspectos que yo quería. Mis pensamientos de mediano fracaso o incompleto éxito se detienen, mi hija de 1 año y 4 meses reclama  su alimento mañanero (leche con mil vitaminas DHA y ARA),  cambio de pañal, todo el ritual. Mi adorada esposa, que piensa que aun duermo corre a cumplir los requerimientos de la niña y regresa al cuarto con mis primeros regalos. Las 3 nos abrazamos y pienso que mi vida es perfecta. Luego me pregunto a mi misma, y cómo pagaremos estos regalos,  con qué tarjeta los habrá sacado, crédito, débito? y aterrizo en que mi vida sí es perfecta, pero falta algo: más triunfo, más dinero, lingotes de oro si es posible. 
El día trascurrió de forma maravillosa, en  mi trabajo me agasajaron como nunca antes, muchas llamadas, mails, saludos al Facebook y mensajes de texto (de los amigos que nunca tienen saldo). En la noche una gustosa cena en casa de mi madre y hermana -quienes me engríen y aguantan también- con mis familiares más cercanos. Comí como reina, disfruté ver a  mi familia junta y cuando pensé que  la noche estaba por finalizar mi madre, que a veces pienso que no me conoce, me contrató “La Hora Loca”. Mis palabras textuales al ver al arlequín fueron: “¡Puta madre  porqué a mi!?!?” Gracias a Dios, mi madre, que algo me conoce, tuvo el atino de contratar este servicio sólo por 30 minutos. Yo agradecí a la “manager” del arlequín y le dije que su show era bonito, pero que yo era una de las personas más apáticas del universo (es una exageración, conozco peores que yo).  Da igual, fui tremendamente infeliz por 30 minutos, pero mi hija gozó como nunca, mi adorada esposa fue feliz de ver a nuestra hija feliz, mis familiares estuvieron felices, eso me hace feliz.
Ya en mi cama, converso con mi almohada, recapitulo mi día. Tengo 30 años, tengo 30 kilos más que hace diez años, tengo 30 amigos menos, pero conservé a los mejores. He explicado 30 veces mi homosexualidad. Tengo 30 y no he triunfado. Bienvenidos a mi vida.