La primavera ha iniciado en Lima. Y ha llegado muy
disciplinada y decidida, cumpliendo horarios a la perfección, regalándonos cielo
despejado y cálidos rayitos de sol.
Hoy, camino al trabajo, mi amiga Carla, más conocida como Tatán, me mandó un link con
cuentos de Julio Ramón Ribeyro. Le comenté por un audio (hace tiempo que no escribo, aclaro para la
posteridad de este blog que ahora existen -infelizmente- smartphones , teléfonos inteligentes de los que somos dependientes
voluntariamente) que había leído un par de libros de él y los disfruté mucho.
Leído el primer
párrafo, en el cual Ribeyro describe el viejo Miraflores, sentí mucha nostalgia de mi querido barrio Pueblo
Libre, donde viví 16 años, poco menos de la mitad de mi vida. Allí cursé todos
mis estudios de escuela, pasé de niña a adolescente y luego a ser mayor de edad.
Siempre he
tenido una brillante memoria selectiva y tengo claro aún pasajes de mi llegada
al barrio. Tenía menos de 4 años, la nueva casa tenía dos pisos y quedaba al
lado de la casa del Libertador de América, de hecho es probable que allí se
hayan gestado detalles la independencia de este país. Sentía que la casa era
inmensa y hermosa, y mi hermana y yo guardábamos una hermosa ilusión del nuevo
vecindario. Nuestro futuro colegio -católico- quedaba a unos pasos y también un
parque hermoso donde se erigió un monumento del Libertador.
Mi infancia fue
feliz. En las mañanas andaba pegada a mi mamá mientras mi hermana se iba al
colegio y mi papá a trabajar muy lejos. Contemplaba a mi mamá cocinar, me
encantaba mirarla y desempeñarse de forma mágica en la cocina. Aún tengo esos
aromas presentes. En un placentero flashback
evoco con amor los manjares que siempre se prepararon en esa cocina. En esa
casa hubo, en su mayoría, momentos bonitos o al menos he decidido recordar las
cosas de ese modo y de disfrazar algunas situaciones familiares que ahora
prefiero verlas sólo como enseñanzas para mi vida adulta.
Cuando uno es
niño le gusta ver las cosas de forma divertida. Yo sobrepasé las restricciones
gubernamentales de servicios básicos (luz y agua) con mucho humor. Era
divertido jugar con las velas y juntar agua. También me gustaba escuchar cuando
mi mamá contaba que la gente hacía colas para conseguir azúcar y arroz pero que
a ella su casera le guardaba costales
y ella se encargaba de repartir a las abuelas y a las tías cercanas.
Ya en verano la
rutina era otra. Tardes de juego interminables con mi vecinito y mi hermana.
Los tres éramos los locos de la bicicleta y los carnavales. También del Atari.
Antes que se haga de noche nos gritaban para entrar a la casa. Sudados y
a veces con heridas de guerra posponíamos el juego hasta el día siguiente. Eran
épocas donde uno jugaba en la calle sin pensar que un carro te iba a atropellar
y podías saludar a los vecinos adultos sin tener la noica que fueran a hacernos daño.
Ya en mi
adolescencia dejamos esa casa y nos convertimos en nómades de la Av. La Mar. Vivimos en la cuadra 17, 19
y 15, respectivamente. Yo me regresaba caminando del colegio con las que mi
hija llama ahora: las tías fiestones o las de la mancha. Nos habíamos vuelto
unas palomillas, siempre a la broma y al hueveo.
Nos bautizaron como la Mancha Brava,
la Cosa Nostra y otros nombres
peores, los cuales no acredito pues considero que tras toda la pose, éramos
sanas y buenas.
Nuestros casi 30 años de amistad avalan mi teoría. Hemos estado juntas en las buenas, en las re buenas, y en las malas. En juergas locas, aventuras, despedidas de solteras, baby showers, matrimonios, bautizos, divorcios, viajes, kermeses y fiestas de guardar.
Nuestros casi 30 años de amistad avalan mi teoría. Hemos estado juntas en las buenas, en las re buenas, y en las malas. En juergas locas, aventuras, despedidas de solteras, baby showers, matrimonios, bautizos, divorcios, viajes, kermeses y fiestas de guardar.
Viví ahí y me
mudé antes que terminara mi primer año de Universidad, nuestro Pueblo Libre ya nos
quedaba lejos de todo. Me llevé en el alma el olor de jazmines en las noches de
verano, mis primeras caídas en bici,
mi irremediable rebeldía adolescente, las vivencias de épocas duras y como
empecé a gestar los gustos y manías que me definen ahora.

Los dejo, hoy vagamente
jugué a ser bloggera de nuevo y no he
trabajado un carajo.