miércoles, 12 de enero de 2011

Derecho de Piso

Siempre me ha parecido curioso como la vida puede cambiar de un segundo a otro. Las decisiones que uno toma, que incluso al principio pueden parecernos simples, cambian el rumbo de todo. Algo relacionado nos ocurrió a nosotras, es decir, a mi adorada esposa y a mí. 
Al comienzo de nuestra relación ambas vivíamos en lugares distintos y distantes. Señores, los amores a distancia son igual de sólidos que la gelatina en verano. Así que, en una cotidiana conversación telefónica decidimos acortar ese trecho, y ella, lo dejó todo para venir hacia mí.                                                 
Como es de suponer, mudarse desde tan lejos no fue tarea fácil. Ella lo hizo bien, chapó su guitarra y en otros dos bolsos metió todo. Entonces, se enrumbó en horas de viaje hacia aquí, no sin antes provocar un incendio en la cocina desatado por un afán depilatorio de última hora. Accidente común femenino: descuidar la cera en la hornilla encendida. Consecuencia: Ir a comprar pintura con carácter de urgencia para camuflar el desastre. Por si fuera poco, su compañero de asiento durante el trayecto era uno de estos trotamundos enemigos del agua y el jabón. Mi adorada esposa viajaba muy limpia, aunque con la cabeza llena de chispas blancas de pintura. Era justificable que esos vecinos hedores la perturbaran todo el camino.
Finalmente juntas, me contó su odisea y le dije en tono cursilón que lo olvide todo, que ya estábamos juntas y le dije que desempacara. Sus maletitas parecían las de Mary Poppins, sacaba ropas, zapatos, artefactos y demás. Mientras yo trataba de descubrir algún doble fondo en el equipaje, sentí que el cuarto empezaba a apestar, a impregnarse de un muy mal olor. Al parecer, la viajera mal oliente habría sido mi ella, pues sus zapatillas se llenaron de agua cuando ella fungía de bombero. Eran unas bombas fétidas. Un asco.
Establecida ya en mi amado país, no perdimos tiempo en buscarle un trabajo. Buscar trabajo es horrible y más aun para nosotras que no atesoramos una gran variedad de ropa formal – laboral. Lo típico, pedir prestado carteras decentes a mi hermana, arreglarse muy bien y salir a recorrer la selva de cemento ¡a paso firme! bueno, no tan firme, pues la pobre olvidó sus zapatos y tuve que prestarle los míos, una talla menor. Cada paso con esos zapatos ajenos era todo un sacrificio, una promesa votiva, una autoflagelación. Olvidé acotar que en esa época no tenía auto, así que íbamos a las entrevistas en bus. En un país de primer mundo este último hecho no tendría relevancia, pero los invito a tomar el trasporte público de Lima y si sobreviven entenderán lo que les digo.
Pero así fue,  fue en esas circunstancias que mi adorada esposa trató de abrirse campo aquí. No hay mal que dure cien años, no hay cuerpo que lo aguante. Existen cosas que en algún momento nos llenan de desazón y luego pasan a ser anécdotas. La vida nos hace pagar derecho de piso y a veces la tarifa es alta.  Pero creo -y cuando lo olvido me obligo a auto convencerme de nuevo- que todo pasa por algo y que las cosas más maravillosas vienen precedidas de muchas hechos que en algún futuro llamaremos anécdotas. Un poco más de paciencia.
Los dejo, hay mucho por hacer hoy, tal vez cambiar algún rumbo.

2 comentarios:

  1. Así es querida tana, el amor todo lo hace , y por amor se hacen muchas cosas, cosas que, a la larga como bien dices llegan a ser anécdotas dignos de ser contados en las reuniones.
    Uy, huele a pastel de acelga, fugo.

    Martinete M. C.

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