domingo, 11 de noviembre de 2012

Calimalú

He notado que acostumbro  escribir sobre cosas que me han pasado fuera de mi ciudad. Traigo a colación una y otra vez anécdotas de mis aventuras viajeras, y hoy  lo haré otra vez. Estoy despierta desde las 4:00 am, cortesía de mi hija maravillosa, y sin frustrarme por mi somnus interruptus, me puse a hacer cosas. Las ganas de escribir venían a mí pero las hacía a un lado y en vista de que aún soy la única despierta, aprovecharé rapidito de escribir.
Creo que fue  en el 88’ que viajamos al norte. Nuestros vecinos eran de esos lares y aparte la familia materna de mi padre era original de allí, así que la afinidad que desarrollamos por esas cálidas tierras fue grande. El destino central siempre era la provincia de Piura, destacada por sus mil atractivos turísticos, pero a mi parecer destacada por sus cremoladas (dícese ahora frozen), panes, mangos, chifles (chips de plátano), entre otros. Es cierto, muchas de mis remembranzas más perdurables siguen asociados a la comida.
Finalmente en nuestro destino, dimos inicio a estas calurosas vacaciones de verano. Éramos un grupo grande los que viajamos para allá. En este año, Piura estaba particularmente hirviente, pero aún así la recorrimos y nos divertíamos a morir yendo de un pueblito a otro. La gente era más que amable, tanto así que en una ocasión pasamos por un lugar donde se celebraba una boda y pedimos prestado el baño. Luego de haber satisfecho nuestras necesidades fisiológicas, fuimos invitados a la fiesta. Todos, los veinte,  gozamos de esta generosa invitación al festín. Bailamos, comimos, reímos y nos retiramos dejando agradecimientos y bendiciones a la nueva pareja.   
El destino era inacabable y seguíamos visitando lugares. Nos detuvimos en uno que era el mismo infierno, exageradamente caliente, peor que una sauna. Afortunadamente, para distraernos de este clima dantesco, vimos que había una Feria, entretenimiento garantizado decían. Nos adentramos a la feria, era silenciosa y árida, en la cara de los pueblerinos sólo se observaba gestos de sorpresa.
Hicimos el recorrido cuando nos chocamos con “la mujer serpiente”. Era una mujer dentro de una urna con serpientes tremendamente venenosas que le caminaban por todo el cuerpo. Afinando bien el ojo, vimos que las serpientes no podían sacar la ponzoñosa lengüita y era porque les habían sellado la boca con cinta adhesiva. La pobre mujer sudaba y oraba para que el sello bucal de las serpientes fuera duradero. Por supuesto que esta atracción nos pareció una charlatanería, pero no quisimos romper la ilusión de los demás.
Pero, aún faltaba la atracción central, por la que todos habían asistido a esta feria y era Calimalú. Con un megáfono viejo la anunciaban: Calimalú la “mujer tortuga”, traída de las islas Galápagos. La ÚNICA, venida desde el Ecuador, pase a verla. Entramos presurosos e incrédulos, con aires de capitalinos modernos, con TV de control remoto y VHS, personas de mundo que lo habían visto todo.
Nos abrimos paso entre la multitud y pudimos verla. Increíblemente,  era una mujer tortuga. Cabeza de mujer, cabellos de mujer, ojos de mujer, boca de mujer y su cuerpo era un enorme caparazón. Ella estaba posada en la tierra y la gente generosa le arrojaba lechugas. Calimalú, era pausada y lenta -como toda tortuga- pero mítica y mágica. Recibía agradecida estas ofrendas y las comía con agrado. Luego giraba su cuello, abriendo y cerrando su boca.  Hasta recuerdo aún el sonido de sus labios: bap, bap, bap.
Estuvimos boquiabiertos como por 20 segundos, igual de sorprendidos que todos. Pero en un rápido paneo ocular registramos que la pobre mujer había sido metida en un profundo hueco bajo la tierra y le habían chantado ese caparazón de 80 kg. Inmediatamente, uno de los adultos de nuestro grupo exclamó: ¡Esto es mentira! saquen a esa pobre mujer que se va a morir con este calor. El resto de grupo -grandes y chicos- nos unimos a las arengas y gritábamos: ¡mentira¡ ¡sáquenla!  De pronto, desatamos la ira de los lugareños quienes nos gritaron: ¡Váyanse! ¿Qué se han creído?  Así son estos limeños ¡malcriados! La cosa se puso tan candente que salimos corriendo y nos trepamos a la camioneta asustados, estaban a punto de echarnos con piedras y palos. No apreciaron que queríamos abrirles los ojos y enseñarles la verdad. Prefirieron seguir creyendo que Calimalú era verdadera.
Fuimos un verano más a esas tierras y luego dejamos de ir. No he vuelto a ir desde entonces. En todo caso, si algún día volviera y me topara con Calimalú, la miraría con más respeto. Pues, ahora no  me importa si fue verdad o fue mentira, lo importante es que la recordé durante toda mi vida y siempre fueron recuerdos divertidos, asociados a viajes de infancia, en familia y con amigos. Memorias nostálgicas, de un pasado más simple y más sano.

Los dejo, voy a pedirle a mi mamá que nos invite a tomar desayuno.

 

2 comentarios:

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