jueves, 29 de septiembre de 2016

Pueblo Libre

La primavera ha iniciado en Lima.  Y ha llegado muy disciplinada y decidida, cumpliendo horarios a la perfección, regalándonos cielo despejado y cálidos rayitos de sol.
Hoy, camino al trabajo, mi amiga Carla, más conocida como Tatán, me mandó un link con cuentos de Julio Ramón Ribeyro. Le comenté por un audio (hace tiempo que no escribo, aclaro para la posteridad de este blog que ahora existen -infelizmente- smartphones , teléfonos inteligentes de los que somos dependientes voluntariamente) que había leído un par de libros de él y los disfruté mucho.
Leído el primer párrafo, en el cual Ribeyro describe el viejo Miraflores, sentí mucha nostalgia de mi querido barrio Pueblo Libre, donde viví 16 años, poco menos de la mitad de mi vida. Allí cursé todos mis estudios de escuela, pasé de niña a adolescente y luego a ser mayor de edad.
Siempre he tenido una brillante memoria selectiva y tengo claro aún pasajes de mi llegada al barrio. Tenía menos de 4 años, la nueva casa tenía dos pisos y quedaba al lado de la casa del Libertador de América, de hecho es probable que allí se hayan gestado detalles la independencia de este país. Sentía que la casa era inmensa y hermosa, y mi hermana y yo guardábamos una hermosa ilusión del nuevo vecindario. Nuestro futuro colegio -católico- quedaba a unos pasos y también un parque hermoso donde se erigió un monumento del Libertador.  
Mi infancia fue feliz. En las mañanas andaba pegada a mi mamá mientras mi hermana se iba al colegio y mi papá a trabajar muy lejos. Contemplaba a mi mamá cocinar, me encantaba mirarla y desempeñarse de forma mágica en la cocina. Aún tengo esos aromas presentes. En un placentero flashback evoco con amor los manjares que siempre se prepararon en esa cocina. En esa casa hubo, en su mayoría, momentos bonitos o al menos he decidido recordar las cosas de ese modo y de disfrazar algunas situaciones familiares que ahora prefiero verlas sólo como enseñanzas para mi vida adulta.
Cuando uno es niño le gusta ver las cosas de forma divertida. Yo sobrepasé las restricciones gubernamentales de servicios básicos (luz y agua) con mucho humor. Era divertido jugar con las velas y juntar agua. También me gustaba escuchar cuando mi mamá contaba que la gente hacía colas para conseguir azúcar y arroz pero que a ella su casera le guardaba costales y ella se encargaba de repartir a las abuelas y a las tías cercanas.
Ya en verano la rutina era otra. Tardes de juego interminables con mi vecinito y mi hermana. Los tres éramos los locos de la bicicleta y los carnavales. También del Atari.  Antes que se haga de noche nos gritaban para entrar a la casa. Sudados y a veces con heridas de guerra posponíamos el juego hasta el día siguiente. Eran épocas donde uno jugaba en la calle sin pensar que un carro te iba a atropellar y podías saludar a los vecinos adultos sin tener la noica que fueran a hacernos daño.
Ya en mi adolescencia dejamos esa casa y nos convertimos en nómades de la Av. La Mar. Vivimos en la cuadra 17, 19 y 15, respectivamente. Yo me regresaba caminando del colegio con las que mi hija llama ahora: las tías fiestones o las de la mancha. Nos habíamos vuelto unas palomillas, siempre a la broma y al hueveo. Nos bautizaron como la Mancha Brava, la Cosa Nostra y otros nombres peores, los cuales no acredito pues considero que tras toda la pose, éramos sanas y buenas. 
Nuestros casi 30 años de amistad avalan mi teoría. Hemos estado juntas en las buenas, en las re buenas, y en las malas. En juergas locas, aventuras, despedidas de solteras, baby showers, matrimonios, bautizos, divorcios, viajes, kermeses y fiestas de guardar. 
Viví ahí y me mudé antes que terminara mi primer año de Universidad, nuestro Pueblo Libre ya nos quedaba lejos de todo. Me llevé en el alma el olor de jazmines en las noches de verano, mis primeras caídas en bici, mi irremediable rebeldía adolescente, las vivencias de épocas duras y como empecé a gestar los gustos y manías que me definen ahora.
Vuelvo de cuando en vez al barrio, con mi hija al museo o con mi esposa a tomar algo en el Queirolo. Siempre que llego, bajo del auto y lo primero que hago es inhalar fuerte, respirar el aire que me vio crecer, y en un segundo mil recuerdos me bombardean. Sonrío, soy feliz aquí, aquí soy libre.
Los dejo, hoy vagamente jugué a ser bloggera de nuevo y no he trabajado un carajo.  



2 comentarios:

  1. Por fin de regreso! Me encanta leerte, me haces reír y sentir nostalgia con tus historias. RG

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  2. Que bueno es leerte de nuevo, me haces reír y sentir nostalgia con tus historias. RG

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